sábado, 1 de febrero de 2014

ORIGEN DE LA FESTIVIDAD DE SAN VALENTÍN


¿Nos hace falta un 14 de febrero para celebrar el amor o la amistad? En esta sociedad tan consumista que nos toca vivir se explota todo, incluso los sentimientos que profesamos hacia los demás. Pero ya que no podemos parar el viento de la globalización mercantilista, extendamos nuestras alas para que nos lleve donde queramos.


Curiosamente, no coincide la misma fecha en todos los países. En Centroamérica se conoce como el “Día del amor y la amistad”, celebrándose en Bolivia el 23 de julio y en Colombia el tercer sábado de septiembre. En Brasil el “Día dos namorados” es el 12 de junio y en Egipto el 4 de noviembre. En China, tanto el “Qi Xi” (“La Noche de los Sietes”) como el “Qi Qiao Jie” (“Festival para pedir por habilidades”) son dos de los nombres para referirse al día chino del amor: el séptimo día del séptimo mes del calendario lunar. En España, el día de la Comunidad Valenciana es el 9 de octubre, Sant Donís, patrón de los enamorados valencianos y celebración de la “Mocadorá” (tradición en la que los hombres regalan a sus parejas o madres un pañuelo o mocador  donde hay envueltos dulces hechos con mazapán).

Aquí en España la comercialización de San Valentín comenzó a mediados del siglo pasado con Galerías Preciados, una cadena de grandes almacenes ya desaparecidos que competían con El Corte Inglés y que promovieron esta festividad para incrementar las ventas en un mes en el que no figuraba ninguna celebración popular. Esta novedad en el calendario de operaciones comerciales se vio reforzada por una almibarada y taquillera película: “El Día de los Enamorados” (dirigida en 1959 por Fernando Palacios), con Concha Velasco y Tony Leblanc en el reparto. En ella aparecía un “glamuroso” San Valentín que resolvía con elegancia los problemas de cuatro parejas “modernas” (una de ellas de vendedores de Galerías Preciados casualmente). En realidad, se intentaba mostrar así la imagen “adelantada y distinguida” de una España que pretendía superar la fealdad de la postguerra.


Aunque no tenemos una fuente oficial y fidedigna de la relación del día de los enamorados con San Valentín, hay varias teorías sobre su origen. La más extendida afirma que es una cristianización de la Lupercalia (o “el día del lobo”), fiesta pagana en honor al dios romano de la fertilidad, Lupercus. Sus practicantes se reunían cerca de la gruta Lupercal (la cueva del monte Palatino donde fueron amamantados por una loba Rómulo y Remo) para purificarse antes de la primavera. Los sacerdotes o Luperci sacrificaban en dicha cueva una cabra y un perro, para luego desollarlos cortando la carne en tiras que sumergían en la sangre. Vestidos sólo con los despojos de los animales sacrificados, corrían por los alrededores golpeando con las tiras ensangrentadas a toda persona que encontraban a su paso. Quienes asistían, en especial las mujeres, se agolpaban alrededor de estos sacerdotes para recibir golpes con esas tiras de cuero llamadas februa (del latín februumpurificación), pues consideraban que este ritual, además de purificar, aumentaba la fertilidad.


En el año 392 el emperador Teodosio prohibió todo acto de culto, declarando al paganismo fuera de la ley. Condenó a pena capital a quien frecuentara los templos, adorase a los ídolos o realizase sacrificios. En el 428, Honorio mandó destruir todos los altares paganos. Las Lupercales no podían mantener por tanto su carácter religioso y, aunque sobrevivieron en forma de “carnavales” pintorescos o rituales populares profanos, la celebración oficial dejó de existir en el año 494, cuando el papa Gelasio I la prohibió por “impía” e implantó una festividad donde también se celebraba la purificación y la fertilidad, pero de la Virgen María. Poco después, esa fiesta se convirtió en San Valentín, que parece ser una de esas figuras creadas por la Iglesia para transformar ritos paganos en celebraciones más adecuadas a sus doctrinas.


Aunque las supuestas reliquias del santo se conservan en la basílica que lleva su nombre en la actual ciudad italiana de Terni, lo cierto es que no se sabe cuántos San Valentines hubo y ninguna de sus hagiografías resulta fiable. Su existencia parece tan dudosa que los propios teólogos no logran situarlo como un personaje real y desde 1969, el calendario católico no lo incluye dentro de las conmemoraciones litúrgicas. Popularmente, la leyenda que más se admite es la de un sacerdote romano del siglo III que, habiendo transgredido la orden del emperador Claudio II de suspender los matrimonios (puesto que los solteros eran más aptos para el ejército que los casados), fue decapitado tras sufrir martirio.


El otro mito pagano que también fue fusionado con el día de San Valentín fue el del dios romano Cupido (Eros para los griegos). Nacido de la diosa Venus o Afrodita (según la tradición más aceptada), el caprichoso dios incendiaba los corazones con sus flechazos, llegando a provocar verdaderas tragedias con su poder. La iconografía católica popular lo transformó en un travieso angelito rubio con una venda en los ojos que flecha los corazones, una versión dulcificada del dios pagano del deseo sexual.


En la mitología nórdica encontramos a Vali, dios de los arqueros y de la luz eterna, cuyos atributos eran rayos solares en forma de flechas y en cuya historia aparece una venganza que puede interpretarse como la muerte del invierno que da paso al renacimiento primaveral, a la mejor época para la reproducción de plantas y animales.

Personalmente, prefiero las celebraciones asociadas a los cambios estacionales y me quedo con la teoría que relaciona esta fecha con el apareamiento de las aves en los países nórdicos. La naturaleza como símbolo de creación y protección de la unión de amantes.


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