La palabra adviento,
que procede del latín adventus y
significa llegada, venida o advenimiento,
tiene su origen en dos vocablos griegos relacionados entre sí pero con
distintos significados: parusía y epifanía. Para los antiguos paganos de la época
apostólica (cuya lengua común era el griego), la palabra epifanía se usaba para designar la entrada
solemne (o primera aparición pública) del emperador u otro personaje importante
cuando visitaba las ciudades de su imperio y también la venida anual de una
divinidad a su templo para visitar a sus fieles; parusía, a su vez, se empleaba para designar la presencia
del emperador rodeado de su séquito ante el pueblo o la permanencia de la
estatua divina mientras duraba la solemnidad.
Los cristianos, pues, no sólo tomaron del lenguaje popular ambos términos, sino que los adaptaron con gran naturalidad para designar tanto la venida, visita o manifestación de su dios como su presencia en medio del pueblo. Posteriormente, cuando la iglesia occidental pasó del griego al latín (sobre el siglo III), tanto la palabra epifanía como el término parusía, se vertieron en un único vocablo: adventus, que define las cuatro semanas que preceden al nacimiento (nativitas en latín) de Cristo.
Los cristianos, pues, no sólo tomaron del lenguaje popular ambos términos, sino que los adaptaron con gran naturalidad para designar tanto la venida, visita o manifestación de su dios como su presencia en medio del pueblo. Posteriormente, cuando la iglesia occidental pasó del griego al latín (sobre el siglo III), tanto la palabra epifanía como el término parusía, se vertieron en un único vocablo: adventus, que define las cuatro semanas que preceden al nacimiento (nativitas en latín) de Cristo.
El calendario de adviento tiene su origen en la Alemania luterana
de mediados del siglo XIX. Se cuenta que las familias marcaban con un trozo de
tiza el día 1 de diciembre 24 líneas en la pared o la puerta y las niñas y los
niños se encargaban de ir borrando una marca cada día hasta llegar a la noche
del 24. También se dice que en un cartón se pegaban estampas o pasajes bíblicos
hasta completar los 24 días. Otra tradición de origen pagano consistía en
encender una vela cada día (en la corona de adviento sería una por cada semana para representar el
poder del dios sol, para que regresara con su
luz y calor durante el invierno). Una leyenda popular cuenta que una
madre horneó un bizcocho que dividió en 24 porciones para que su hijo comiera
una por cada día de espera.
En 1908 Gerhard Lang, copropietario de una imprenta en Munich,
imprimió el primer calendario de adviento compuesto por una serie de 24
imágenes para recortar y pegar sobre una ilustración de cartón. Años más tarde,
él mismo comercializó el primer calendario con pequeñas puertas que se abrían.
Poco a poco su uso fue ampliándose al resto del mundo y sus formas y diseños
eran cada vez más variados.
Lo que más me gusta de esta tradición no es precisamente la espera cristiana navideña sino la ocasión que nos ofrece para demostrar nuestro amor por el detalle de una forma creativa y variada, sin recurrir a las fáciles chocolatinas en ventanitas de cartón de los modelos comprados en supermercados.
Aprovechemos el contexto para expresar artísticamente el cariño que ahora sí podemos manifestar en cualquier rincón, pared o ventana sin que resulte extraño. La pena es que las fechas no coincidan con las vacaciones escolares, porque el final del trimestre suele acelerarse un poco para la calma que requiere a veces la preparación pausada de un calendario original.
(Como puedes ver, los ejemplos de las fotos sí han contado con esa pausa).
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